La esperanza nos da un nuevo ritmo.
Querida familia, en medio del dolor a causa del acoso de la pandemia, le escribo esta carta con el anhelo de fortalecer su esperanza, y le propongo que recuerde una frase que le sirve de luz en el camino: “Reza como si todo dependiera de Dios, trabaja como si todo dependiera de ti” (San Agustín).
1. Todos somos frágiles:
Nos duele el sufrimiento de tantas familias que han vivido el drama del contagio, la incertidumbre provocada por las limitadas posibilidades de atención y la muerte de sus seres queridos sin posibilidad de despedirlos. Nos preocupa la realidad de quienes han perdido el empleo y la de tantos sectores de la población que representan trabajos informales. Sufrimos con aquellos que viven solos y han tenido que afrontar esta cuarentena más aislados que antes. Nos preocupan los hermanos sin techo, como son las personas en condición de calle, los migrantes y los desplazados a causa de los conflictos sociales. Nos solidarizamos con los médicos, las enfermeras y todo el personal sanitario, quienes atienden de manera directa el dolor de los enfermos.
2. Todos nos necesitamos:
En esta crisis producida por la pandemia, las personas corren el riesgo de sentirse solas y abandonadas en medio de la tragedia. Lo que podamos aportar para que los otros se sientan acogidos, acompañados, consolados y atendidos, hace parte del ser comunidad de hermanos, capaces de compartirlo todo en el amor de Cristo. La peor de las fragilidades es aquella que nos hace indiferentes o egoístas aún en medio de tanto dolor.
3. La esperanza nos da un nuevo ritmo:
Pensábamos que, con nuestras capacidades podíamos instaurar un mundo perfecto en la economía, en la ciencia y en la política. Ahora en medio del dolor y de la prueba, necesitamos encontrar la fuente de la esperanza, necesitamos una esperanza con hospitalidad, fraternidad, y solidaridad.Necesitamos una gran esperanza que no sea destruida por un virus, que no sea destruida por el miedo. En este sentido, nos enseña con sabiduría el Papa Benedicto XVI: “Esta gran esperanza sólo puede ser Dios, que abraza el universo y que nos puede proponer y dar lo que nosotros por sí solos no podemos alcanzar”. (Spe Salvi No. 31)
4. El nuevo ritmo en la esperanza nos pide actitudes renovadas:
Llegó el momento de un nuevo ritmo en la esperanza, capaz de movilizar todas las fuerzas humanas; es bueno que esa esperanza se manifieste, salga y se ponga en camino con pasos visibles y concretos: Misericordia, Encuentro, Diálogo y Austeridad.
5. La misericordia:
Hoy estamos llamados a recibir el abrazo misericordioso del Padre, para dejar que Él toque nuestra miseria y nos hospede nuevamente en su corazón (Lc15). Así podremos manifestar la misericordia recibida del Padre en misericordia servida a los hermanos, realizando diariamente las obras de amor que estén a nuestro alcance (Mt 25), hasta que ellas se conviertan en el estilo de vida personal y familiar.
6. El encuentro:
Este es un tiempo propicio para promover el encuentro permanente con Cristo (Jn 1,35ss) en la oración, en los sacramentos y en la Palabra: “Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con palabras y obras es nuestro gozo” (Aparecida No. 29). Quien se encuentra con Cristo se encuentra consigo mismo, con los otros, con la creación, y asume el riesgo de ayudar a construir un mundo de fe, esperanza y amor.
7. El diálogo:
Desde el ámbito de la familia, estamos llamados a promover la actitud del diálogo con verdad y respeto. El diálogo reclama de nosotros una actitud de escucha, para percibir las diferencias, para salir de la indiferencia y escuchar los clamores de quienes sufren, de las víctimas, de quienes se sienten descartados de la sociedad. El diálogo es camino de reconciliación social, porque nos lleva a valorar al que piensa distinto. La ausencia de diálogo acrecienta en todos el miedo y la autodefensa agresiva, sin el diálogo caemos en la tiranía, en el fanatismo, en la guerra. Hoy estamos llamados a ser misioneros del diálogo en la familia y en la sociedad, si logramos cultivar la actitud del diálogo, encontraremos la respuesta a muchos interrogantes de la vida y se acrecentará en nosotros la esperanza.
8. La austeridad:
La sobriedad vivida con gratitud, sin amargura, nos permite valorar lo poco que tenemos, nos permite evitar el desperdicio, nos enseña el compartir fraterno, nos enseña un nuevo ritmo que nos da felicidad y nos libera del consumismo, nos proporciona la riqueza de la sabiduría. La sobriedad forja en nuestra familia un nuevo estilo de vida, sin pretensiones de acumulación indebida, buscando solo lo esencial, lo fundamental. El estilo de vida en sobriedad nos hace más humanos, más solidarios y por tanto más cristianos. Sólo así podremos ofrecerle al mundo la fuerza renovadora de la humildad frente a la opulencia, y todos pasaremos del pesimismo a la esperanza.
Querida familia, así con esta carta quiero acompañarla en esta etapa de la humanidad, tan sorpresiva y exigente, busco fortalecerla en la virtud de la esperanza, le ofrezco mi oración, en comunión con los Obispos Auxiliares, los Vicarios Episcopales, los Arciprestes, los Párrocos, los Diáconos Permanentes, los Religiosos y las Religiosas, de todas las parroquias de la Arquidiócesis de Bogotá. Con ustedes somos el Pueblo de Dios en camino, con el nuevo ritmo que nos da a todos la esperanza.
Resuenan en nuestra conciencia las palabras de Jesucristo el Señor: “Les he dicho esto para que tengan paz en mí. En el mundo tendrán que sufrir, pero tengan confianza, ¡yo he vencido al mundo!” (Jn 16, 33)
Que San José, custodio de la vida en el hogar de Nazaret, nos acompañe con su amor fiel. Oremos a la Virgen Madre,
Santa María, Madre de la esperanza:
Bendita Tú eres, en entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre: Jesús.
Te consagramos nuestra familia y la humanidad entera,
Madre de Cristo, consuelo de los afligidos, salud de los enfermos,
que seamos contigo misioneros de la esperanza,
ayúdanos a ser fraternos y solidarios,
que nuestra casa sea santuario de la vida y templo de oración confiada.
Madre de Dios y Madre nuestra,
Madre de la esperanza, Virgen María,
ruega por nosotros y acompáñanos de noche y de día. Amén
+Luis José Rueda Aparicio
Arzobispo de Bogotá
11 de agosto de 2020
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