RECORDAR ES VIVIR Y PROYECTAR
(Por Monseñor Teófilo Tobar J.)
Somos 70 los registrados que ya llegamos a los 75 años de edad y 50 más de Ministerio Sacerdotal. Por tanto estamos en la condición de eméritos.
Muchos años en los que recorrimos pueblos, veredas, barrios de la ciudad realizando el trabajo evangelizador y pastoral. Hemos compartido la vida con niños, jóvenes, adultos y adultos mayores haciendo presente el reinado de Dios, reino de vida, de misericordia y de esperanza en los diferentes lugares y cargos que se nos asignaron en nuestra arquidiócesis de Bogotá, que en nuestros primeros años comprendía todo el departamento de Cundinamarca y hoy es una parte de la ciudad y once pueblos cercanos.
Muchos iniciamos nuestra respuesta vocacional en la Escuela Apostólica de san Benito, de donde pasamos al Seminario Menor en la calle 81 con carrera 4 y de ahí al hermoso seminario Mayor, obra de Monseñor Ismael Perdomo, quien falleció allí en 1.950. Fueron hogares de fraternidad, oración, estudio, apostolado, deporte, alegría y de diversas iniciativas. Todo para una formación integral hacia la misión sacerdotal como servidores de Cristo y de la Iglesia.
En el peregrinar de la Iglesia nos correspondió vivir hechos maravillosos de renovación y proyección:
El Concilio Vaticano II, que trajo aire fresco a la Iglesia y horizontes nuevos en un mundo en permanente cambio.
Las enseñanzas del Concilio se fueron concretando para América Latina en las reuniones y documentos del episcopado Latinoamericano: Medellín, Puebla, Santo Domingo y Aparecida. Sus valiosas reflexiones y orientaciones fueron una luz nueva para la vida personal y pastoral en nuestro continente. ¿Las habremos tenido en cuenta? ¿Las habremos llevado a la práctica?
El testimonio y la acción evangelizadora continuada de los pastores de esa época:
Juan XXIII, un Papa sencillo y visionario que abrió caminos de renovación; para esto convocó el concilio Vaticano II.
Pablo VI, quien con sabiduría y firmeza continuó y llevó a término el Concilio y nos dejó documentos tan valiosos como el de El Anuncio del Evangelio. ¿Quién no tiene un recuerdo muy grato de su visita a Colombia en agosto de 1968 cuando celebramos el Congreso Eucarístico?
Juan Pablo II, el Papa misionero, convocador del Pueblo de Dios, especialmente de los jóvenes, quien nos visitó en 1.986.
Benedicto XVI, el teólogo que en sus libros y documentos pontificios nos ha entregado claras y profundas enseñanzas. Al renunciar al Papado se le ha reconocido su humildad y coherencia de vida en el servicio a la Iglesia.
El Papa Francisco, quien con su cercanía y sencillez ha llegado a los diferentes pueblos y nos invita a desarrollar la cultura del encuentro. Esta cultura exige acogida, respeto en las diferencias sin discriminaciones, es decir, verdadera fraternidad.
No puedo dejar de nombrar con afecto, respeto y gratitud a los Pastores que guiaron nuestra Arquidiócesis en la historia que vivimos: Monseñor Ismael Perdomo Borrero, cardenales Crisanto Luque Sánchez, Luis Concha Córdoba, Aníbal Muñoz Duque, Mario Revollo Bravo, Pedro Rubiano Sáenz, Rubén Salazar Gómez, y sus obispos auxiliares. Cada uno de sus cualidades y disponibilidad apostólica han realizado una misión importante para nuestra Arquidiócesis en los diferentes momentos históricos y sociales en los que les ha correspondido gobernar.
Vienen a la memoria los momentos difíciles y situaciones dolorosas de la sociedad que vivimos durante nuestro ministerio sacerdotal. Momentos y situaciones que, a la vez, se volvieron retos que nos llevaron a interesantes y valiosas experiencias:
La pobreza y las crecientes desigualdades sociales, la falta de oportunidades para la educación, la precaria atención a la salud fueron despertando una mayor conciencia social y la necesidad de un cambio desde el Evangelio de la misericordia, del servicio y de la solidaridad con los más necesitados.
Violencia partidista y hechos dolorosos como el del 9 de abril de 1.948, la presencia de grupos armados cuya acción llega hasta nuestros días.
La búsqueda de cambios más profundos personales y estructurales que dieron lugar a la presencia de ideologías y de acciones revolucionarias, especialmente en las décadas del sesenta y del setenta: revolución cubana en 1.959, revolución cultural en mayo de 1.968 en Francia. Acontecimiento del sacerdote Camilo Torres en nuestro país.
¿Qué pasó a nivel de nuestra iglesia arquidiocesana? Surgieron inquietudes y búsqueda de respuestas concretas:
- Monseñor Bernardo Sánchez, con un grupo de sacerdotes que trabajaba en las parroquias del sur, organizó la Unión Parroquial del Sur que desarrolló programas de servicio en educación, alimentación y salud en favor de los más pobres e impulsó la renovación pastoral de acuerdo con las enseñanzas del concilio vaticano II: renovación Litúrgica, Cursos de formación para laicos y sacerdotes, todo en un marco de fraternidad y actitud de servicio.
Podemos afirmar que esta experiencia dio pie a la organización de dos vicarías episcopales, una en Chapinero y otra en el Sur.
- La Curia adelantó cursos de actualización para el presbiterio de acuerdo con los documentos del Concilio en el campo teológico, litúrgico y pastoral.
- No podemos desconocer la presencia de la Teología de la Liberación, en los años 70 que creó inquietudes, críticas y rechazos.
- Otro hecho significativo e importante fue el Sínodo Arquidiocesano convocado por el arzobispo cardenal Mario Revollo. Se caracterizó por ser una consulta con participación de los fieles de la arquidiócesis, cuya metodología se sintetiza en tres palabras: escuchar, analizar y responder; dicho proceso lo terminó el nuevo arzobispo monseñor Pedro Rubiano.
Ese tiempo del Sínodo fue un tiempo interesante y valioso para congregar a los fieles, conocer y analizar la realidad social y eclesial y concretar líneas de acción efectivas que dieron pie al plan global de pastoral del año 2.000 al año 2.008. También considero que contribuyó a despertar la conciencia sobre la importancia y necesidad de planear la acción de la Iglesia a partir de la realidad concreta.
Como recordar es vivir, estas memorias no son de nostalgia, sino de reconocimiento de lo que se ha hecho en el peregrinar de nuestra arquidiócesis, camino que hay que continuar.
Como sacerdotes eméritos, somos conscientes de que cada uno tiene su momento y tarea, que hay relevos generacionales que con nuevos conocimientos, bríos, fe, oración y trabajo, han de responder a la nueva época de la sociedad urbana, pluralista, tecnológica y globalizada, que plantea nuevos retos a la evangelización y a la labor pastoral; que la acción de la Iglesia debe contribuir al desarrollo integral de la persona y de la sociedad en la que vivimos y actuamos con la luz y fuerza del espíritu santo y en fidelidad al mandato de Cristo: “Vayan y anuncien la Buena Nueva a todos los pueblos”.
Los sacerdotes eméritos, como parte del presbiterio de la arquidiócesis de Bogotá a la que amamos y hemos servido con alegría y fidelidad, deseamos seguir colaborando en la labor pastoral y evangelizadora en la medida de nuestras fuerzas.
Jesús, el Buen Pastor perdone nuestras deficiencias y haga crecer y fructificar las semillas sembradas.
Teófilo Tobar Jiménez
Sacerdote Emérito
Bogotá, Septiembre 15 del 2.015